Cambiamos de correo postal, al electrónico
Atrás quedó el correo y las cartas que solían enviarse
Por: Adrián Gómez
Parral.- Muy en el olvido quedaron las cartas de amor, las postales, la ilusión de escuchar el silbato del cartero anunciando la nueva correspondencia por las calles; la tecnología se encargó de desplazar y dejar en la historia uno de los métodos más efectivos de los seres humanos, y oficio que incluso inspiró decenas de canciones y consolidó muchos matrimonios.
El viejo y tradicional correo postal no existe más como tal, sus viejas instalaciones muy cerca del Puente Calicanto lucen desoladas al igual que el acceso por la calle Libertad; ya no se miran los buzones en los cuales se acostumbraba depositar con gusto aquella carta cuyo sobre previamente había sellado con saliva, en él iba una conversación casi siempre manuscrita para el amigo, el familiar, o el amor que se encontraba lejos.
Y más aún, tremenda emoción generaba el adquirir en alguna papelería un sobre que portaba la leyenda “por avión”, lo cual nos aseguraba que nuestra carta llegaría supuestamente más rápido a su destino.
En los últimos años, el cartero no iba más en bicicleta portando su morral de cuero repleto de cartas, la había cambiado por una motocicleta aunque su destino estaba predestinado; pasar a la historia.
Hoy en día, el correo mexicano se limita solo a entregar ciertos objetos de paquetería, facturas para cobrar y otro tipo de documentos, pero ya no hay más cartas por entregar, ya nadie envía una carta con su timbre postal también adherido con saliva.
Hace unos años, el encargado de Correos de México en Parral defendía el oficio del cartero y la función de la compañía bajo el argumento de que ninguna empresa de paquetería llegaba como ellos hasta el lugar más alejado del país, de lo cual dio cuenta el internet y la telefonía celular quienes le desplazaron sin piedad.
Las nuevas generaciones jamás conocerán la experiencia que significaba redactar, doblar el escrito, introducirlo en el sobre, sellarlo, y colocar las estampillas adecuadas ya que sin ellas, la carta nunca sería enviada y menos recibida.
Terminaron también los casos de cartas devueltas por la mala ubicación del remitente y el destinatario en el sobre, y tantos profesionistas que mediante correspondencia estudiaron ante la falta de opciones académicas.
Y lo más triste, ya no deambula por las calles la abnegada figura del hombre que, bolso en mano, era portador de buenas y muchas veces de malas noticias, lo cual en ocasiones lo llevó incluso a ser maltratado y ofendido por dicha razón.
Más sin duda, la peor ofensa fue la que los adelantos tecnológicos asestaron a la figura del cartero, al sepultarlo solo en la memoria de quienes tuvieron la dicha de enviar, o mejor aún, de recibir una carta.