Cruzan africanos 3 mil 500 km en barca para llegar a Brasil
Brasil.- “En varios momentos pensé que iba a morir. Por las noches apenas dormíamos, nos pasábamos las horas rezando”.
Es el relato de Muctarr Mansaray, un joven de Sierra Leona que junto con otros 24 africanos procedentes de Senegal, Guinea-Bisseau y Nigeria cruzó en una frágil barca el océano Atlántico en abril.
Para sorpresa de todo el mundo, desembarcaron en la costa norte de Brasil sanos y salvos tras recorrer más de 3 mil 500 kilómetros. No existen registros de un viaje similar hasta la fecha.
La aventura empezó en São Vicente, Cabo Verde. Más de una veintena de africanos procedentes de Senegal, Guinea-Bisseau, Nigeria y Sierra Leona zarparon hacia Sudamérica a finales de abril convencidos por dos coyotes brasileños. La mayoría, como Mansaray, pagó casi mil euros por la promesa de un viaje seguro y una nueva vida por delante.
La primera sorpresa desagradable llegó rápido.
“Cuando llegué al puerto y vi esa barca tan pequeña me asusté, pero no dije nada para no desmotivar a mis compañeros Salimos de noche, así que no nos quejamos mucho porque no lo veíamos bien, pero cuando amaneció vimos que no había nada”, contó a REFORMA el joven, que acabó convirtiéndose en el líder de los migrantes a bordo de un catamarán de apenas 12 metros.
Durante semanas se alimentaron de cebollas, galletas y algo de leche, lo poco que habían traído los coyotes más la comida de algunos precavidos.
Las provisiones se acabaron rápido, pero cuando llevaban varios días sin comer ocurrió “un milagro” y consiguieron pescar en abundancia.
“Cortamos unas botellas y con gasolina hicimos fuego y hervimos agua para cocinar. Fue un buen día”. La sed fue otra tortura, cuenta Mansaray. Los jóvenes bebieron su propia orina y agua del mar. En un mes de viaje apenas llovió un día, y el agua dulce cayó como un maná del cielo.
El peor contratiempo durante el viaje fue la rotura del mástil de la embarcación, que se partió sobre la cabeza de uno de los migrantes, aunque la herida no fue grave.
La embarcación, que ni siquiera contaba con un sistema de GPS (los marineros decían guiarse por las estrellas) estaba entonces completamente a la deriva.
“Lo peor fue que los capitanes no querían llamar a la Marina brasileña para que nos rescatara porque tenían miedo de acabar en la cárcel”, asegura Mansaray, que acabó amenazándoles de muerte si no encontraban una solución.
La vida de todos estaba en riesgo, recuerda. Pero al final, milagrosamente tres barcos de pescadores brasileños aparecieron en el horizonte.
Les ofrecieron agua y comida y al cabo de tres días les guiaron hasta puerto seguro. Desembarcaron todos, sanos y salvos en São José de Ribamar, en el estado de Maranhão, al norte de Brasil.
Cuando las autoridades brasileñas recibieron el aviso de que estaba llegando un catamarán lleno de africanos no daban crédito, como explicó el secretario de Derechos Humanos del Gobierno de Maranhão, Francisco Gonçalves, quien organizó todo el dispositivo de emergencia para recibirles.
“No llegaron aquí por error. Todos ellos dicen que querían llegar a Brasil (…) si alguien se lanza al océano Atlántico en un catamarán quizá es porque puede que ya haya o que se esté iniciando una ruta clandestina entre África y Brasil. Veremos si ha sido sólo un episodio aislado o si de hecho hay una ruta de tráfico de personas entre África y América Latina”.
En Brasil no había registro de algo semejante desde hace 300 años, cuando los barcos transportaban a cientos de miles de esclavos de raza negra hacia el nuevo continente.
En épocas más recientes, la migración africana por vía marítima llegaba en cuentagotas. Algunos polizones escondidos en barcos de mercancías y poco más.
Mientras la Policía Federal y el Ministerio de Justicia investigan si hay una nueva ruta los dos coyotes están presos, acusados de tráfico ilegal de personas.
Los migrantes africanos viven ahora en un polideportivo de la capital de Maranhão, São Luis, donde el Gobierno del estado les ofrece comida, asesoramiento legal y clases de portugués.
Asimismo, la Policía les dará dos años de permiso de residencia temporal mientras el Gobierno tramita su condición de refugiados. Algunos sueñan con instalarse en las grandes metrópolis del sur, pero otros, como Mansaray, se dan por más que satisfechos con haber pisado suelo brasileño.
“Me da igual la ciudad o la zona, vine aquí para empezar una nueva vida, para tener un trabajo, poder estudiar No me importa si es aquí o en São Paulo. Estoy contento porque mis abuelos siempre decían; “si tienes una oportunidad aprovéchala, porque a veces solo se presenta una vez”. Pues es lo que hice. Aquí estoy”.