Critica papa al populismo y al liberalismo en su nueva encíclica
En Fratelli tutti, su nueva Encíclica dedicada a definir y exaltar la fraternidad como valor y elemento ordenador de las sociedades, las naciones y la convivencia mundial, el papa Francisco dedica 30 páginas de un total de 200 a definir qué política sirve en verdad al bien común.
Empieza lamentando que “hoy con frecuencia (la política) suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto”.
Bajo el subtítulo “Populismos y liberalismos”, Jorge Bergoglio toma distancia de ambas corrientes señalando que “el desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”.
“En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas”, sentencia.
Francisco también diferencia “popular” de “populista”. Y lamenta que la palabra populista se haya convertido en “una de las polaridades de la sociedad dividida” y que se pretenda “clasificar a todas las personas, agrupaciones, sociedades y gobiernos a partir de una división binaria: ‘populista’ o ‘no populista’”.
“Ya no es posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos dos polos”, reflexiona el Papa. Algo de lo que él mismo ha sido víctima.
Sus críticas al liberalismo y la individualismo con bien conocidas. Pero sorprenderá a quienes lo hayan encasillado “en uno de esos dos polos”, su repaso de las desviaciones populistas. No deja nada de lado: demagogia, inmediatez, eternización de las ayudas directas -asistencialismo- que no sacan a la gente de la pobreza, y la ambición del líder populista de eternizarse en el poder, avasallar las instituciones y desconocer la legalidad.
Francisco rescata sí la palabra “pueblo”, sin la cual, recuerda habría que eliminar “la misma palabra ‘democracia’ —es decir: el ‘gobierno del pueblo’”.
En el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”, dice Francisco, están contenidos “fenómenos sociales que articulan a las mayorías”, “objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común”; la posibilidad de “proyectar algo grande a largo plazo”.
El insano populismo: inmediatismo y avasallamiento de las instituciones
“Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad -se lee unos párrafos más adelante-. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”.
“Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo”, afirma el Papa.
Lo fundamenta en que “la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable”. Y además, citándose a sí mismo, recuerda que dijo que “los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras”.
“El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna”.
Nuevamente recuerda que ya dijo que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”.
Y en una clara referencia a las transformaciones que ha traído la revolución tecnológica, agrega: “Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo”.
“En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”.
Los límites de las visiones liberales
Bajo el subtítulo “Valores y límites de las visiones liberales”, el Papa, en el mismo camino de sus predecesores, se vuelca a la crítica a las “visiones liberales individualistas” que suelen rechazar la categoría de “pueblo”, porque consideran a la sociedad como “una mera suma de intereses que coexisten”.
“Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la sociedad civil”, dice el Papa.
“Reino de Dios”, explica, es una categoría que abarca todo: “las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos”. Y citando a Paul Ricoeur, sigue: “No hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política”.
Aunque claro y preciso en los objetivos, el Papa se declara ecléctico en los métodos. Para resolver los “problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres (…) no hay una sola salida posible, una única metodología aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente por todos, y supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos diferentes”.
A las soluciones materiales, el Papa antepone obviamente “la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida”. Pero esto es difícil de percibir “cuando la propaganda política, los medios y los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua ante los intereses económicos desenfrenados”.
El Papa ataca también otro “dogma de fe neoliberal”: “El mercado solo no resuelve todo”, afirma. “Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico ‘derrame’ o ‘goteo’ —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales”.
Contra la fe ciega en el mercado, Francisco sostiene que “es imperiosa una política económica activa orientada a ‘promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial’, para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos”.
También denuncia “los estragos” que causa “la especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental”. Citando la encíclica Caritas in veritate, del papa emérito Benedicto XVI, agrega que “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica”. “Hoy, precisamente esta confianza ha fallado”, había escrito Ratzinger en 2009.
La pandemia también confirma que no se puede confiar todo al mercado: “La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, ‘tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos’”, escribe.
Francisco reivindica a los “movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales”, por su capacidad de gestar “variadas formas de economía popular y de producción comunitaria” -los llama “poetas sociales”-, y pide que se piense en mecanismos para su participación e inclusión. Cree que las estructuras de gobierno a todo nivel pueden beneficiarse de “ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común”.
El Sumo Pontífice lamenta que la crisis financiera de 2007-2008 no haya sido la ocasión “para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”. Por el contrario, hubo una orientación hacia “más individualismo”, “más desintegración” y “más libertad para los verdaderos poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes”.
Dedica luego unos párrafos a la necesidad de gestar “organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales”. “En esta línea, recuerdo que es necesaria una reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional”, dice Francisco que recuerda que una comunidad internacional debe basarse en la soberanía de todos y no en vínculos de subordinación.
Vuelve luego al concepto de política, que reivindica, aunque es consciente de su desprestigio: “Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?”
El Papa alude también a la dificultad de muchos políticos para inscribir sus ambiciones particulares en un proyecto de largo plazo y de amplitud. “Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación, y más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica, porque, como enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra ‘es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente’”.
El Papa introduce un concepto al que los políticos no aluden casi nunca: el amor como motor de la acción política, un amor que implica “reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos”.
“El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor”, explica.”También en la política hay lugar para amar con ternura. ¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto…”
Insiste en la necesidad de que los estadistas miren al largo plazo y no sean esclavos de la inmediatez: “El político -dice el Papa- es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias…”.
Realista, el Papa señala: “Los grandes objetivos soñados en las estrategias se logran parcialmente. Más allá de esto, quien ama y ha dejado de entender la política como una mera búsqueda de poder tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida”.
A la hora del balance, ¿cuál será la rendición de cuentas exigida? Así lo explica Francisco: “….después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: ¿cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí? Las preguntas, quizás dolorosas, serán: ¿cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?”
Con información de Infobae.