La mágica historia de una leyenda mexicana
Puede ser una extraña coincidencia, pero justo en el momento de escribir este texto, se han publicado 173 reseñas de la vida de Fernando “El Toro” Valenzuela… es el número de juegos ganados por el mexicano que, aun en vida, ya era una leyenda del ‘rey de los deportes’. Pero déjeme decirle algo más que nos debe llenar de orgullo: Fernando Valenzuela portó el número 34 en su uniforme y… ¿sabe quién le heredó ese número? Un chihuahuense. Se lo cuento al final.
Las reseñas están publicadas en los principales diarios de Estados Unidos, de México, China, Japón, Canadá, Australia y en varios países de Centroamérica. ¿Notas? Se cuentan por miles, pero reseñas y crónicas de sus hazañas en el beisbol se han escrito 173, hasta este momento.
Hablar aquí de quién fue “El Toro” Valenzuela está de más. ¿Quién no gritó de emoción alguna vez en sus juegos? ¿Quién no compartió con él sus victorias? Porque no fue cualquier jugador: se trata de un mexicano que salió de su pueblo para conquistar al mundo… y lo logró.
Justo ahora, cuando se necesitan ejemplos para la juventud, para los jugadores noveles y hasta para quienes creen que nada es posible sin dinero, “El Toro” Valenzuela se convierte en un ícono, en una figura modelo, no sólo por sus hazañas para sacar del cementerio a los Dodgers en 1981, cuando venció con un juego impecable a los Yankees de Nueva York, sino por su vida personal.
Ésa es la parte que hay que destacar: fue una estrella del beisbol, pero también un hombre alejado de escándalos, no como otras figuras del deporte que se pierden en el brillo del dinero y lo convierten en prepotencia, abuso de poder, drogas, alcohol e, incluso, desgracias.
Si “El Toro” Valenzuela fue uno de los mejores jugadores del mundo, también fue un ser humano capaz de asimilar la fama y guardar su vida privada en el más de los discretos ejercicios de una estrella.
Fernando Valenzuela Anguamea nació el primer día de noviembre de 1960 en una humilde comunidad llamada Etchohuaquila, municipio de Navojoa, en el estado de Sonora; fue el menor de los 12 hijos del matrimonio formado por Avelino Valenzuela y Hermenegilda Anguamea, apreciados campesinos de esa zona ejidal de muy escasos recursos económicos, pero que, precisamente por ser una zona marginada, uno de los principales entretenimientos de los niños era el beisbol.
De los más valiosos
Desde niño, Fernando Valenzuela ya destacaba porque en cualquier posición daba resultados; poco antes de cumplir la mayoría de edad ya lo estaban buscando equipos mexicanos de diferentes entidades hasta que, finalmente, jugó para los Leones de Yucatán, lo que lo colocó como uno de los jugadores más valiosos de México a los 17 años de edad.
Justamente en la primera temporada con los Leones, cuando Fernando Valenzuela estaba lanzando, jamás se dio cuenta de que en las gradas estaba nada menos que Mike Brito, el famoso cazatalentos de los Dodgers, pero que venía a México en busca de un shortstop, Ali Uscanga.
“Venía por un shortstop, pero me voy con un lanzador zurdo que promete”, le habría dicho Brito a “Corito” Varona, un scout cubano que fue quien, sin quererlo, descubrió a “El Toro” Valenzuela. Ahí mismo, Fernando logró su primer contrato en el ‘sueño americano’, con un pago de 120 mil dólares por la temporada. Era 1979.
El screwball
¿Resiliente?: ¡Total! Fernando Valenzuela no fue enviado de inmediato al cuadro de estrellas de los Dodgers, sino que debió pasar por Lodi Dodgers, de la Liga de California, en el nivel A, donde aprendió su famoso lanzamiento: el screwball, lo que le valió su pase a la Liga Instruccional de Arizona, todo bajo el dominio de los Dodgers.
El mismo Mike Brito lo fue promoviendo hasta llevarlo a nivel A elevado, luego a doble A, con Albuquerque, donde llegó al primer equipo a finales de 1980, año en que Valenzuela fue llamado al bullpen de los Dodgers, en septiembre de ese año, y ayudó a su equipo a empatar la División Oeste contra Houston Astros lanzando 172/3.
“El Toro” Valenzuela salió un día de su pueblo con un objetivo único: hacer lo que le apasionaba y, de juegos ejidales, luego estatales y después nacionales, brincó a la fama cuando personalmente Tom Lasorda, manager de los Dodgers, el 9 de abril de 1981, en un acto de desesperación y confianza, le entregó al mexicano de 21 años de edad la bola, justo cuando su estrella Jerry Reuss se lesionó la pantorrilla en el juego inaugural de la temporada.
Mientras los comentaristas de televisión preguntaban al aire “¿who is… who is?”, “El Toro” Valenzuela se adueñó del montículo haciendo que los Dodgers ganaran por dos carreras a cero contra Houston Astros y empezó la racha de triunfos del mexicano.
Luego la historia lo coronó como lo que era: un toro, cuando derrotó a los imparables Yankees de Nueva York, un juego que, hasta la fecha, nadie olvida, absolutamente nadie, porque en ese 23 de octubre de 1981, Fernando Valenzuela lanzó 150 pitcheos y después fue levantado en hombros. El zurdo había concretado la hazaña… de Etchohuaquila, su pueblo natal, a los Dodgers, derrotando al enemigo número 1 del beisbol mundial.
Obtuvo la ciudadanía estadounidense hasta el 22 de julio de 2015, en una ceremonia en el Ayuntamiento de Los Ángeles, pero jamás olvidó sus orígenes, a pesar de ser la estrella en los desfiles de Las Rosas o en ceremonias deportivas de primer nivel. Fue una sensación. De niño lanzó esperanzas, de adolescente proyectos y, como estrella, el zurdo envió ejemplos en cada pitcheo, en cada juego, en cada palabra y con cada acción. Cuando Tom Lasorda le entregó la pelota le dijo a Valenzuela: “haz lo que puedas”, y “El Toro” le contestó: “esto es lo que estaba buscando”.
La leyenda
Y desde entonces se convirtió en la leyenda. Una leyenda mexicana que es ejemplo de inmigración, de resiliencia, de fortaleza y, sobre todo, de honradez y disciplina. Fue un fenómeno de la afición latina y anglosajona, no sólo por lanzar como lo hizo, sino por su peculiar forma en cómo miraba hacia arriba, antes de cualquier lanzamiento.
Se casó con Linda Burgos, maestra de escuela del estado de Yucatán, con quien tuvo cuatro hijos: Fernando, Ricardo, María Fernanda y Linda. Su familia lo acompañó hasta el último aliento, junto con sus nietos.
Podemos seguir anotando cifras, récords, como el mejor novato, el mejor lanzador, el mejor jugador, el mejor… el mejor en lo que hizo. Sin escándalos, sin drogas, sin alcohol, sin corridos que llevaran su nombre. “El Toro” Valenzuela es un ejemplo para las nuevas generaciones.
El número 34
Ahora sí le cuento del número 34. Diez años antes de que Fernando Valenzuela llegara a los Dodgers y le entregaran la camiseta con ese número, un chihuahuense llamado Eduardo Acosta López, “El Pecas”, jugó con ese equipo en la triple A y le asignaron el número 34.
Lalo Acosta, en 1969, se destacó como uno de los mejores jugadores latinos en Estados Unidos y, a su retiro, diez años después, Fernando “El Toro” Valenzuela recibió de Tom Lasorda el número 34, número que ahora ha sido cancelado, precisamente porque nadie podrá llevarlo.
Murió “El Toro” Valenzuela. Que su vida sirva como ejemplo para las nuevas generaciones. Porque siempre será la Fernandomanía…
Con información de: reforma.com